La Humanidad duele a cada ser humano y no puede ser de otra forma, porque el todo afecta a la parte inevitablemente. Igual que los logros, las hazañas y los gestos hermosos se sienten en el alma como si fueran un poco propios, también las tragedias, injusticias, guerras y enfermedades nos afectan. Pero el dolor es tan grande y la curación tan por encima de nuestras fuerzas individuales, que cada cual busca a su manera la forma de sobrellevarlo.
Cortar de un tajo el cordón que nos une con la familia humana parece un recurso fácil y efectivo; ya que el mundo es como es y no tiene remedio, al menos —piensa uno— voy a sacar todo el partido posible, procurándome dinero, poder, placer, influencia, aunque sea a costa de otros. Pero ninguna distracción puede llenar el profundo vacío existencial que el egoísmo ahonda y la soledad infinita de quien no se permite confiar en nadie.
Anudar ese hilo en torno a “los míos”, a aquellos grupos con los que me identifico por sangre, clase, nación, cultura, religión, etc., para reducir el núcleo de atención y seguir sintiéndome vinculada, tampoco es suficiente. Porque acabaré necesariamente separando a las personas en “buenos” y “malos” y justificando la división, e incluso la violencia, con la disculpa de estar defendiéndome de supuestos ataques y agresiones, en una perpetua cruzada para proteger mis valores, la mayor parte de las veces movida por absurdos prejuicios.
Pero dejar caer el lazo, encapsulándome en la impotencia de no ser capaz de remediar todo el sufrimiento que me rodea, hace que acabe adoptando una supuesta indiferencia como armadura. Elijo no ver y no hacer nada, porque temo agotarme en un esfuerzo inútil y decepcionante, rompiéndome por dentro. Pero si me recubro con una capa de escepticismo, voy siempre a ver la realidad velada con una niebla gris, incapaz de reconocer, apreciar y disfrutar de la bondad y el bien, por suponer que se trata de un idealismo romántico y sin fundamento.
Así que solo queda abrazar el cordón umbilical que nos une, que sirve de canal intercambiador entre mi interior y el exterior, y asumir mi parte de responsabilidad sobre los problemas generales que afectan al mundo. Es evidente que una sola planta no puede regenerar toda la atmósfera ella sola, ni siquiera un inmenso baobab, pero sí transformar poco a poco, con perseverancia, pequeñas cantidades de dióxido de carbono en oxígeno, purificando el aire. Y esa misma labor de fotosíntesis hará posible que crezca, florezca, dé fruto y expanda su aroma único a su alrededor. Y muchas plantas unidas, trabajando juntas, harán de la Tierra entera un vergel.
No te desalientes, ni renuncies a cambiar el mundo; solo pon una chispita de compasión, de paz, de alegría donde no los haya, en las ocasiones que se te ofrecen cada día. Esa será tu contribución al cambio de muchos corazones, pues el amor es tan expansivo como el fuego. Aunque solo te ocupes de una mínima parcelita de jardín o de una maceta, podrás decir con verdad que estás reforestando el universo, llenándolo de frescura y verdor.
Ana Cristina López Viñuela

Lo que yo aporte a la sociedad puede significar poco, trato de remover conciencias. La constancia y perseverancia de las buenas acciones sin dudarlo dará sus frutos.
Gracias por tu escrito Ana Cristina, en muchas ocasiones el despojarnos de una armadura nos hace más humanos.