He encontrado esta fotografía navegando por Instagram y no he podido evitar hacer una captura de pantalla y escribir sobre la frase que aparece.
He de confesar que, en mi vida, el tema de la soledad siempre ha sido al revés: la he padecido, y la sigo padeciendo. Para entender la raíz de mi soledad, he realizado diferentes prácticas para que me hiciera menos daño (no voy a entrar en detalles sobre estas prácticas porque sería sacar muchos trapos sucios en “público”). He de decir, en mi defensa contra mí mismo, que las hacía desde mi inconsciente más profundo, porque no sabía actuar de otra manera.
¿Qué pasaba entonces? Que aquello a lo que estaba acostumbrado me hacía daño, creyendo yo que era todo lo contrario. Me faltaban herramientas más sanas para poder actuar de otra forma. Aunque el resultado que quería obtener era el mismo: eliminar o reducir mi sentimiento de soledad. Creo recordar que ni siquiera me daba cuenta de que me sentía solo.
Y como iba dando pasos a salto de mata, entre herida y herida, y como no encontraba respuestas, una necesidad profunda me fue llevando por diferentes caminos hasta poder entender (me) en este aspecto. Lo digo así, de forma sencilla, pero lo cierto es que la soledad no consciente ha sido la raíz de mis mayores sufrimientos.
Evidentemente, acabé en terapia. En múltiples terapias, con distintos terapeutas. Hasta que, hace unos 4 o 5 años, llegué a una terapeuta increíble que, además de ser una persona mayor (valoro mucho la experiencia de las personas mayores), era psicóloga. Toma del frasco, carrasco.
Me embarqué en la aventura de la terapia profunda, intentando entender mis mecanismos de defensa: tanto los que veían los demás, como los que solo veía yo.
Me sentía como si estuviera desbrozando un jardín que ha estado semiabandonado durante mucho tiempo y que, además de tener maleza, escondía una plaga. Pero había tanta maleza, que no se podía ver la plaga.
Desbrozando poco a poco, todo giraba en torno a la soledad.
Actúo así frente a esto, porque debajo hay… soledad.
Pienso esto cuando me ocurre aquello, porque debajo hay… soledad.
Siento esto por lo de más allá, porque debajo hay… soledad.
Recuerdo esto o lo otro, porque debajo hay… soledad.
¿Qué pasaba aquí? Que todos estos vericuetos los había construido a partir de una soledad sentida como carencia.
Pero al ir dándole la vuelta a la historia, de adelante hacia atrás, logré ver que no es una carencia cuando logras entender todo.
Y que elegir la soledad es tan válido como elegir la no soledad.
Lo más importante que he aprendido de todo esto es el poder de elección ante algo que, para mí, siempre fue tan duro.
Pero ese poder solo resurge cuando despejas las incógnitas.
Así que sí:
Elijo la soledad, no como una carencia.
Marcos Rodríguez Tranche