Nos unió la música, esa gran pasión para las dos. De esto hace ya mucho tiempo, puede que mucho tiempo atrás. Quizás fue un día cualquiera, o tal vez no, ya no lo sé. Quizás tenía que ser ese día, o tal vez no y un día antes o dos después podía haberse dado esa misma magia que aquel día surgió. El destino no actúa sin más. Puede que todo esté escrito, todo antes de empezar. Igual dos seres están destinados a encontrarse en un momento, en un lugar, con un fin, con un por qué.
En un momento cualquiera, como pudo serlo otro, nos acercamos y comenzamos a hablar. Y a partir de ese momento se creó esa conexión. Unos lo llaman destino, otros casualidad, yo soy de las primeras, nada sucede al azar. Cada tema de conversación era un compartir, un desear saber, saber una de la otra, crear gran complicidad. La música une almas, almas que estaban separadas, hasta que un día te das cuenta de que sin esa persona ya no podrías vivir. Compartimos nuestras alegrías, también nuestras grandes penas. Siempre un estar ahí, un estar aún sin estar, un aquí para siempre, un “no nos separaremos jamás”.
Pero un día la vida te da una patada y tienes que volver a empezar, ya con desconfianza, ya en no creer jamás que una amistad es eterna, que no se acabará jamás.
Nuestros caminos se fueron alejando. Yo intentaba saber, le preguntaba una y otra vez si alguna vez le había hecho daño, pero nunca me explicó qué fue lo que ocurrió, lo que le hizo separarse de todo lo que tanto tiempo nos unió. Y así hasta que nos distanciamos para siempre. Para mí fue muy duro, no sé cuánto para ella. Supongo que para el que decide dejar no es tan grande la pena, aunque creo que fácil no es. Cuando dos seres que tanto se amaban se distancian para siempre, nunca es cosa de uno solo, siempre hay algo de los dos. Eso siempre lo he creído y en este caso también, nunca pensé lo contrario y así siempre lo veré.
Mi gran pena fue no saber qué mal le había hecho yo, tan sólo necesitaba saber, saber para evitar volver a caer. Pero esa oportunidad nunca más la tuve, eso que con tanto celo yo hubiera cuidado, a partir de ese momento, para no caer jamás.
Algún motivo tuvo que haber, algo que se confundió, una de nosotras falló o quizás lo hicimos las dos. Todo ocurre por alguna razón, es algo que tengo claro, siempre en esto hay un porqué. Si las cosas se hablan se pueden solucionar, lo malo es cuando no se hablan y todo queda sin aclarar. Cada una echa la culpa a la otra, aunque yo llevo ya muchos años preguntándome en qué le pude fallar. En aquel momento sentí como si un puñal desgarrara mi alma, un mal sueño, una pesadilla de la que necesitaba escapar. Todos esos sentimientos no los he superado aún, han quedado en mi memoria, quizás no desaparezcan jamás.
¿Dónde quedó ese pacto nunca hablado, esa plena confianza, esa total lealtad? Nunca hubo envidia entre nosotras, cada una deseaba lo mejor para la otra. ¿Qué pudo fallar ahí? No lo sabré jamás. La he buscado en todas partes, incluso en redes sociales y en todo aquello que una vez nos unió.
Pero la vida es incierta, un día te regala algo para quitártelo después. A partir de ese momento, de ese total abandono, me juré a mí misma no volver a caer en esa trampa que te sorprende un día y de la que no sabes ya escapar. Nunca más he dicho a nadie: “eres mi mejor amiga”. Y cuando lo he escuchado no lo he querido creer, las palabras se las lleva el viento y no hay mucho más que hacer.
Pero nadie vale más que uno mismo, de eso también se sale, aunque quede ese poso en el fondo, ese duelo aún no superado. Nunca puedes poner a nadie por delante de ti, sí que lo tenía claro y sin embargo caí. Cuando pierdes a tu alma gemela, ese hueco es difícil de rellenar, si es que se rellena alguna vez.
Adiós mi amiga, mi gran y mejor amiga.
María Eugenia Laiz Molina