Marcelo y los libros

Marcelo aprendió a coser libros cuando era solo un chaval, de pasar cada día por el escaparate de la librería se le despertó la curiosidad, preguntó y se apuntó a coser libros, lo que luego entendió que era mucho más que unir páginas y resmas de papel.

Coser es unir sin que cada una deje de ser lo que era, le decía siempre su maestro, le enseño que el cordel había que mojarlo para que corriera bien sin desgarrar el pliego, tenía que hacerlo con la tensión justa, con la fuerza exacta para que no quedara flojo o embebido de tanto tirar. Esa destreza se asume y se coge con el tiempo, se adopta de modo natural, pero cuesta dolores en los dedos, pinchazos en las yemas y sudores en las sienes.

Todo aquel mundo que soñaba de olor a papel, a tinta, a cuero bruñido, pasó a ser su oficio, su dedicación principal y su pasión. Sin darse cuenta, pudo entender que tenía que hacer mucho mas que darle una librea bonita a un texto del cual nada sabía. De pronto se vio rellenando con sus pensamientos, las páginas de los libros que luego cosería, tras verse seducido y arrastrado a contar las historias que en su cabeza siempre soñó al ver los libros en los estantes, las revistas en los anaqueles y hasta los pasquines en el buzón de la propaganda de su portal.

Coser libros es mucho más que juntar hojas y darle unas portadas y un lomo bonito, coser libros es conseguir que la última palabra de cada renglón tenga un cordón umbilical que nos aporte la sangre bastante para impulsarnos a pellizcar la hoja y pasarla para notar el siguiente latido en la primera palabra de la próxima hoja.

Marcelo se convirtió en mucho más que un encuadernador y gran librero, fue poco a poco alcanzando la gloria de entender el impulso irrefrenable de vomitar en unas cuartillas, los pulsos de sus saberes, de saber cuán feliz era contando a los demás lo que quedaba entrelazado entre sus pensamientos cuando acostaba la mente en la almohada de su cama.

Tocó con las puntas de los dedos hendidos por las agujas de coser, la dicha de saberse escritor, encuadernador y librero, sin olvidar que ante todo y sobre todo era un niño fantasioso, vivaz y aventurero.

Luego vino un camión de reparto de tomates que traía un pedido para la frutería que estaba junto al taller de encuadernación, pisó un charco con la rueda delantera y le salpicó las pantorrillas, haciéndole volver a la realidad, viéndose reflejado en el cristal en el que cada día veía los libros que algún día escribiría.

Agripina Campazas