Confesión

Amanezco entre el sudor nauseabundo de una noche eterna, sabiendo que hoy es el día, que tengo que dar el primer paso de muchos hacia la vida que quiero tener.

Decido levantarme, darme una cálida ducha y bajar a la cocina a desayunar.

Allí me espera Mamá, con una sonrisa tranquila, me pregunta qué me apetece tomar.

Contesto entre silencios, porque necesito contarle una parte de mí, destapar por fin este infierno.

Ella, me coloca un café sobre la mesa con unas magdalenas al lado, acercándome una servilleta por si acaso.

Comienzo a comer, con la cabeza agachada, observando el café, mientras pensamientos me dicen que lo deje estar, que si lo digo, ella me odiará.

Me comienzan a temblar las piernas, siento el corazón latir como si fuera una olla a punto de estallar.

Entonces, ella me acaricia el cabello y me pregunta: –¿Qué te pasa?–

De pronto me echo a llorar, las lágrimas inundan la magdalena que estaba jugando con mis yemas y con voz temblorosa, la respondo: –Soy bisexual, mamá...–

Ella me mira sorprendida, pero no por lo que le dije, sino por el miedo que le transmitió mi reacción.

Me mece entre sus brazos y, mientras besa mi frente, me dice: –Hija, el amor no tiene género–.

María de los Ángeles Diez Rodríguez