Nisargadatta y Sorolla

¿Qué tienen que ver Nisargadatta y Sorolla? Así dicho, no parece que sea fácil relacionar un sabio hindú del siglo XX y un pintor español nacido a mediados del XIX, pero el fin de semana en el que culminé con mis compañeros de la asociación Caminando el Camino Olvidado, un recorrido de consciencia y silencio que ha durado cuatro años, llegando a Villafranca desde Cubillos del Sil, a finales de junio, me ha facilitado nuevas claves.

Me sorprendió la denominada “sala sensorial” de la exposición Sorolla a través de la luz, de la tradición a la modernidad, en La Térmica Cultural de Ponferrada, cubierta por multipantallas que abarcan todo el perímetro del espacio, donde cientos de imágenes en movimiento formadas por pinturas de distinto formato, fotografías y recuerdos personales, con dibujos y cartas manuscritas por el pintor, acompañadas de una música evocadora, me envolvieron en su mundo, de forma que me fundí en lo observado junto a los otros espectadores, disolviéndome en la pintura como si formara parte de una nueva obra de arte, esta vez tridimensional.

Esto me hizo recordar la charla que nos había dado esa mañana Gerardo sobre la figura de Nisargadatta, hablando del sentimiento de unidad, de no separación con cada ser, cada cosa, cada forma de vida.

«Cuando pongo la atención en una cosa me convierto en la cosa misma que miro y experimento el tipo de consciencia que ella tiene, […] a esta capacidad […] yo la llamo amor […]. Puesto que en cualquier punto del tiempo y del espacio yo puedo ser a la vez el sujeto y el objeto de experiencia, lo expreso diciendo que yo soy ambos, y ninguno, y más allá».

Más tarde disfruté de una sorprendente experiencia en la “sala de realidad virtual” que, desde fuera, no era más que una habitación cuadrada no demasiado grande, vacía salvo por unos recuadros pintados en el suelo y las paredes con una especie de código de barras, donde unas cuantas personas con unas gigantescas gafas, se movían de forma incomprensiblemente extraña, como si estuvieran danzando sin música.

Cuando fui yo la que me vestí las gafas, aparecieron de repente pasillos, alfombras, paredes, paisajes, objetos… Perseguí mariposas que se convertían en pompas de jabón al tocarlas, o pinté el espacio con pinceles imaginarios, interactuando con fantasmas ópticos y quimeras, bajo un cielo inmenso, inmersa en un calmo mar azul o en el interior de un cuarto cerrado. Y viendo a los otros participantes como meras siluetas azules identificadas con un número.

Esto me hizo plantearme hasta qué punto nuestra percepción es limitada y si no estaremos viviendo engañados en un mundo de apariencias, dando por supuesto que es real.

Me vinieron a la mente otras palabras de Nisargadatta:

«Su mundo es producto de la mente, es subjetivo […], fragmentario, temporal, personal, y cuelga del hilo de la memoria... privado, incompartible, íntimamente suyo. Nadie puede entrar en él, ver como usted, oír como usted oye, sentir sus emociones y pensar sus pensamientos. En su mundo, usted está verdaderamente solo, encerrado en su sueño siempre cambiante que usted toma por vida. Mi mundo es un mundo abierto, común a todos, accesible a todos».

Tal vez la realidad, como viene a decir la física cuántica, no sea más que vacío y energía, y esas percepciones que nos parecen tan palpables sean tan poco “reales” como la experiencia en la sala virtual de la exposición, y la verdad es que no hay separación entre un gazatí y un israelí, o entre tú y Donald Trump, aunque nos rompa los esquemas la mera suposición.

Así, el interés egoísta no tiene sentido, porque no “salgo ganando” venciendo a otro, pues su dolor es el mío.

Finalizo citando unos versos de Nisargadatta, para que se vayan disolviendo lentamente en nuestra mente y quede su sabor en nuestro corazón:


El amor dice: "Yo soy todo".
La sabiduría dice: "Yo soy nada".
Entre ambos fluye mi vida.

Ana Cristina López Viñuela