¿Por qué a mí? Es una pregunta frecuente que se hacen las personas, muchas veces va acompañada de una condición con un "si": ¿por qué a mí si yo no he hecho nada, si soy buena persona, si…etc? Otras veces, implica a una fuerza superior que se ha puesto en nuestra contra (o ha dejado de estar a nuestro favor) y la pregunta se personaliza: ¿Por qué Dios / Universo / Vida / etc. me haces esto? ¿Por qué permites que…?
Preguntarse ¿por qué? suele ocurrir ante vivencias dolorosas, incluso traumáticas, entendiendo por traumático toda aquella experiencia que sobrepasa nuestra capacidad para poder comprenderla e integrarla en nuestra identidad y en nuestra vida.
Lo que sucede con esta pregunta es que perpetúa el dolor, que nos conduce a un callejón sin salida. No tenemos la respuesta y lo único que conseguimos es torturarnos con una pregunta obsesiva como si de un látigo se tratase. Es la pregunta equivocada para liberarnos del dolor.
El ¿por qué? surge de un planteamiento erróneo, de la idea de que las cosas en la vida ocurren de manera lineal causa-efecto. Así, por ejemplo: si yo soy bueno (causa), todo irá bien (efecto). Esto lo creemos cuando somos niños y nuestro entendimiento no llega a comprender la complejidad de la vida. El problema surge cuando seguimos con esta creencia infantil en la adultez y aplicamos una fórmula simple a situaciones complejas.
En la vida no sólo hay una causa o factor para las cosas que ocurren, sino multitud de causas que actúan conjuntamente. “El por qué” es multifactorial, no unifactorial. En muchas ocasiones no se pueden definir las posibles causas y se habla de un “accidente”, del “azar” o de “causas aleatorias”.
Somos seres sumergidos en un sistema complejo que es la vida en este mundo, en el que estamos expuestos a multitud de situaciones, agradables y desagradables, en todos sus grados de intensidad. No aceptar que nos pueden ocurrir desgracias es no aceptar la realidad.
¿A cuántas personas les ocurren desgracias todos los días? Solo hay que ver las noticias: bombas que matan o hieren, personas que tienen accidentes, personas que tienen que huir de su casa, que cambian de vida a la fuerza, crímenes, abusos, maltrato, estafas, etc.
¿No es un poco infantil por nuestra parte pensar que esas cosas “malas” le ocurren a otros y no tienen que ocurrirme a mí? ¿Por qué no? ¿Por qué sí? No hay un porqué.
A cada uno en la vida le tocan sus “dolores”, “sus traumas” o “sus carencias” y cada uno tiene que lidiar con lo suyo. No vale de nada compararse con el resto, ya que si no hemos comprendido aún el funcionamiento de la vida, veremos el césped del vecino más verde siempre.
El ¿por qué? no es útil para liberarnos del dolor. Nuestro cerebro da vueltas a lo sucedido porque necesita comprender, necesita dar un sentido a la experiencia vivida y es por ello que surge esta pregunta una y otra vez. Sin embargo, ésta no nos ayuda y debemos soltarla y cambiarla por otra pregunta mucho más útil: el ¿para qué?
¿Para qué estoy viviendo esta experiencia? ¿Qué necesito aprender en la vida?
Te ha ocurrido algo terrible, que no puedes asimilar, te preguntas por qué y no encuentras respuesta, pierde sentido la vida entonces, la mente no puede digerir la vivencia. No podemos cambiar lo sucedido, aunque nuestra fantasía así lo desea. Ha sucedido, y ¿ahora qué hacemos con este sufrimiento?
Tenemos que crecer lo suficiente para poder asimilar lo ocurrido, poder integrarlo en nuestra vida y continuar viviendo con sentido. Así que se trata de preguntarnos: ¿cómo podemos crecer lo suficiente para poder asimilarlo? ¿Qué necesito aprender?
De momento, quizás sea suficiente aprender que no tenemos que buscar un porqué y que será más útil encontrar un para qué.
Marisol de la Fuente Corredor

Y, como concluyes en tu párrafo final, algún día nos daremos cuenta de por qué tuvo que ocurrir eso. Durante el sufrimiento resulta casi imposible pensar que tuvo que pasar para algo en concreto, pero si lográramos hacerlo, nuestro sufrimiento quizás pudiera ser al menos un poco mejor de llevar.
Y vivir tiene esto