Texto Justificado

En las postrimerías del mundo ilustrado se compraban y vendían las vanidades, se tenían por buenas las cosas que eran malas, lo superfluo, en la vida, era fundamental en la sociedad y lo esencial, se despreciaba por popular. La vida era regalada y, por lo mismo, carecía de valor, de modo y manera que una simple chinela de seda, podía sin lugar a duda a un pie descalzo. El cual, sin duda, pertenecía a quien había hecho la babucha.

Esas manos que atesoran el conocimiento de generaciones completas, esos brazos poderosos y esos ojos bien calibrados, son los que han trascendido en el tiempo y han hecho que por ellos la vida valga la pena, puesto que quien portaba el zapatito de hebilla, nada valía sin que un zapatero valeroso se atreviera a tocar y medir aquel pie que luego vendría a pisotearles.

Pero la historia de la humanidad, por desgracia, se basa en las idas y venidas del columpio, los vaivenes de la voluntad de los hombres que se calzan con seda para tapar las vergüenzas y que no se les vean las rozaduras y los retortijones de la vida.

Si hemos sido capaces de caminar sobre la tierra durante milenios a pie descalzo, no es mucho pedir que, aunque se nos clave alguna piedra entre los dedos y nos haga herida, seamos capaces otros cientos de milenios de llegar a decir orgullosos que hemos pasado por la vida sin pisotear a nadie, sin hacer escarnio o sin ahondar la herida de los demás.

La seda y el guadamecí de nuestros escaparates, han de ir y venir como el asiento del columpio, bien mullido de ropas y cojines pero para ir cómodos, no para decirles a los demás que ellos están sentados en el suelo y a nosotros nos soportan las potencias celestiales porque somos mejores que ellos.

Si algún día vamos todos en columpios, será que hemos alcanzado el capricho de poder hacerlo por nosotros mismos y no porque tengamos quien nos empuje a nuestro antojo para luego, en pirueta absurda caer sobre ellos.

Agripina Campazas