Cuentan que Faetón estaba enfadado porque a sus amigos no podía demostrarles que su padre era Helios, el dios del Sol. Que no tenía manera de hacerles entender que ese carro dorado que veían pasar a diario, no era otro sino su padre que, tirando de las riendas, hacía que la noche fuese noche y el día, fuese día sin solución de continuidad. Todo su capricho era llegar a ser él quien sometiera a las bestias y pudiese surcar el cielo con destreza, para pasmo de Olimpo y Tierra. Lo logró, convenció a su padre de que era capaz, de que era diestro con la fusta y podría encarrilar a los corceles para que él diera luz con el yelmo de oro calzado en la cabeza y así fue. Montó en el carro y recorrió los cielos, sin embargo no pudo dejar de verse impulsado a demostrar que era mejor, que era capaz, que era mucho más audaz que Helios, y los caballos, que conocían la mano que les domaba, enseguida percibieron que podían galopar caprichosos, que su trote podía desbocarse sin miedo, porque quien les guiaba era otro, otro más inexperto, menos dominante y desde luego menos conocedor de las consecuencias del sencillo hecho de que el carro no fuera por la senda trazada. En un escorzo imposible, el carro se aproximó tanto a la tierra que abrasó todo cuanto estaba cerca y poco después, tanto se alejó que heló las tierras del norte. Viendo que no tenían control posible los corceles, fue el mismo dios Zeus, quien fulminó a Faetón con un rayo y lo hizo caer del carro. Los caballos se calmaron y el Sol volvió a su lugar. Las lágrimas por la pérdida de Faetón se volvieron gotas de ámbar y ya nunca más pudo demostrar lo que nadie necesitaba saber, puesto que cada uno es valorado por como es y no por lo que pretende ser. Haber atendido a las indicaciones de Helios, en las que le pedía seguir el sendero celeste, le habría convertido en un correcto auriga solar, pero hubiera dejado de ser él mismo. Su ansia de notoriedad y su espíritu de incansable y joven sobrevinieron en un desastre de consecuencias que aún hoy seguimos pagando, puesto que cuando el Sol se acerca en verano, nos abrasamos y es en invierno, cuando añoramos el trote de los caballos que nos arrojan el tibio aire con el que templamos nuestra carne. Faetón demostró su linaje accediendo a las riendas del carro y del mismo modo, entregó a los hombres su experiencia para decirles que hizo cuanto su ánimo le pedía, que la demanda de su genio era dar sol y dar calor allá donde fuera, pero que su debilidad era la juventud, era la inexperiencia y tal vez el mayor error, fue querer demostrar algo que no era necesario, puesto que cada uno somos únicos y demostramos ser tan excepcionales sin necesidad de bravatas, o al menos eso sería lo deseable. Mientras tanto, le veremos pasar en su carro cada verano y le añoraremos cada invierno.
Agripina Campazas

Felicidades Agripina